Conquista de Lanzarote

La conquista de Lanzarote fue el proceso histórico por el que la isla de Lanzarote, en el archipiélago africano de CanariasEspaña―, fue incorporada a la Corona de Castilla mediante la toma militar del territorio habitado por los aborígenes majos. Tuvo lugar entre 1402 y 1404, y fue una empresa privada dirigida por los caballeros franceses Jean de Béthencourt y Gadifer de La Salle con la autorización del rey Enrique III de Castilla. No obstante, la conquista efectiva de la isla se debió exclusivamente a la acción de Gadifer.

Conquista de Lanzarote
Parte de la conquista de las islas Canarias

Ilustración que representa la rendición del rey de Lanzarote a Jean de Béthencourt.
Fecha 1 de julio de 1402-25 de enero de 1404
Lugar Isla de Lanzarote
Casus belli Crisis del siglo XIV y expansión europea en el Atlántico
Resultado Victoria francesa
Consecuencias Constitución de la isla como feudo de la Corona de Castilla, colonización europea y desaparición de la cultura aborigen
Cambios territoriales Incorporación al señorío de las islas Canarias
Beligerantes
Normandos, potevinos y gascones al servicio de Jean IV de Béthencourt y Gadifer de La Salle Aborígenes majos
Comandantes
Gadifer de La Salle Guadarfía
Fuerzas en combate
63 soldados ≈ 200 guerreros
Bajas
Dos muertos y numerosos heridos Más de 50 muertos

Fue la primera isla del archipiélago en ser ocupada definitivamente por los europeos, dando así inicio a la conquista de las islas Canarias que abarcaría gran parte del siglo XV.

El proceso de conquista de Lanzarote fue relativamente corto, con una duración de poco más de un año y medio, caracterizado por las disensiones y problemas de avituallamiento entre la hueste conquistadora más que por los enfrentamientos con los aborígenes, quienes en última instancia se rindieron debido principalmente a la hambruna provocada por la guerra.

La victoria última franco-normanda y las gestiones de Jean de Béthencourt en la corte castellana convirtieron la isla de Lanzarote en feudo de Castilla, siendo Béthencourt reconocido como único señor de las islas Canarias. La isla se convirtió en base de operaciones desde donde se prosiguió la conquista del archipiélago, y fue progresivamente colonizada por repobladores franceses y castellanos. Por su parte, la cultura aborigen desapareció y los majos supervivientes fueron cristianizados e incorporados a la nueva sociedad.

Fuentes para su estudio

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La principal fuente para el conocimiento de la conquista de Lanzarote se debe a las dos versiones supervivientes del manuscrito denominado Le Canarien, compiladas una por el propio Gadifer de La Salle y otra por Jean V de Béthencourt, sobrino de su homónimo. La crónica original se debe a Jean Le Verrier y Pierre Boutier, los capellanes que acompañaron a los conquistadores.[1][2]

La conquista también aparece relatada en las conocidas como «crónicas de la conquista de Gran Canaria», conjunto de manuscritos redactados a lo largo de los siglos xvi y xvii,[nota 1]​ así como en las obras Historia de la conquista de las siete islas de Canaria y Descrittione et historia del regno de l'isole Canaria de Juan de Abréu Galindo y Leonardo Torriani respectivamente.[6]

Antecedentes

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La isla de Lanzarote antes de la conquista

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Restos arqueológicos del poblado de Zonzamas, en Teguise.

A la llegada de los conquistadores la isla de Lanzarote, denominada en lengua aborigen Tyterogaka,[7]​ se hallaba habitada por poblaciones aborígenes denominadas majos, descendientes de pobladores autóctonos del norte de África que habían colonizado la isla hacia el siglo I d. C.[8]

Se encontraban organizados en una sociedad de jefatura, con un rey o jefe a la cabeza de una población en la que no parecía existir estratificación social clara. El rey estaba apoyado por un consejo de ancianos o notables.[9]​ Para su subsistencia habían desarrollado una ganadería intensiva de cabras, ovejas y cerdos, así como una rudimentaria agricultura de cereales, además de dedicarse al aprovechamiento de recursos marinos mediante el marisqueo y la pesca, y a la recolección de productos silvestres.[10]​ Habitaban en poblados de casas de piedra seca, utilizando también en ocasiones los tubos volcánicos.[8]​ Su cultura material se basaba en la industria del hueso y de la piedra para los útiles cotidianos, dada la inexistencia de metales en la isla, el tratamiento de pieles para el vestido, el trabajo de la madera para confeccionar lanzas y cayados de pastor, y una cerámica hecha a mano sin torno.[11]

Según las estimaciones modernas, el total demográfico de la isla a comienzos del siglo XV alcanzaba de ochocientos al millar de habitantes, número que en épocas anteriores fue superior pero que se redujo debido a los continuos asaltos esclavistas europeos a lo largo de la centuria precedente.[12]

Los guerreros aborígenes y su armamento

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No existe constancia documental sobre la existencia de un grupo o clase guerrera permanente en la isla. Esta fuerza local estaría constituida por los varones de determinada edad capaces de tomar las armas y defender a la población de amenazas externas o en enfrentamientos tribales.[13]

En cuanto a su número, los propios cronistas de la conquista dicen que en Lanzarote «había más de 200 hombres de defensa cuando llegamos».[14]

Sus armas eran simplemente las piedras, que lanzaban con gran puntería y fuerza, y unos garrotes que llamaban tesseses, de casi metro y medio de longitud hechos de madera de acebuche.[13][15][16]

Contactos previos con los europeos

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Detalle del portulano de Angelino Dulcert de 1339 en que aparece la isla de Lanzarote bajo el pendón de Génova con la denominación de insula de Lanzarotus Marocelus.

Conocido en la Antigüedad clásica, el archipiélago canario fue olvidado por el mundo europeo tras la caída del imperio romano y «redescubierto» a finales del siglo siglo XIII por navegantes de la república de Génova. Así, en la historiografía canaria se tiene al explorador genovés Lanceloto Malocello como el primer redescubridor de las islas.[17][18]

Según la tradición histórica, Malocello tomó posesión de la isla de Lanzarote, construyó un castillo y permaneció durante veinte años hasta que fue expulsado por los aborígenes.[19]

Posteriormente y a lo largo del siglo XIV la isla fue frecuentada por navegantes mallorquines, catalanes y andaluces sobre todo para la captura de esclavos y en busca de productos como cueros, orchilla y sangre de drago.[20]

Entre las expediciones conocidas de esta centuria destaca la realizada en 1393 por navegantes vizcaínos, guipuzcoanos y andaluces tradicionalmente atribuida al sevillano Gonzalo Pérez Martel, padre de Hernán Peraza, y capitaneada por Álvaro Becerra.[21][22]​ Estos asaltaron la isla de Lanzarote, capturaron al rey y a la reina de la isla junto a más de ciento sesenta personas, y obtuvieron abundante botín en cueros y cera.[23]

Motivaciones de la empresa conquistadora

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Según los historiadores Antonio Tejera Gaspar y Eduardo Aznar Vallejo, la expedición francesa estuvo motivada principalmente por:

...la situación de crisis que vive la baja nobleza europea de la época, afectada duramente por la reconversión económica y por los cambios del mundo feudal, y en el precario estado del campesinado francés, perjudicado por el reajuste señorial y por la llamada Guerra de los Cien Años.[24]

Para el historiador Alejandro Cioranescu, el interés comercial que justificaba el viaje de Béthencourt a las islas estaba en la explotación y exportación de la orchilla insular para su uso en las tintorerías de su Grainville-la-Teinturière natal y del norte de Francia.[25]

Asimismo, los propios cronistas de Le Canarien aluden al carácter de cruzada evangelizadora de la empresa: «han emprendido este viaje para honra de Dios y para mantenimiento y aumento de nuestra santa fe, (…) a ciertas islas (…) habitadas por gentes infieles, (…) con la intención de convertirlas y de atraerlas a nuestra fe».[26]

Desarrollo de la conquista

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Grabado de la expedición franco-normanda comandada por Gadifer de La Salle y Jean de Béthencorut en 1402, ambos representados sentados en el castillo de popa.

Preparativos

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Aunque se desconocen los pormenores sobre la organización de la expedición a Canarias, el profesor Cioranescu piensa que probablemente fue a principios de 1402 cuando Jean de Béthencourt se concertó con Gadifer de La Salle en París en calidad de compañeros e iguales.[27]

Gadifer aportó la nave para la expedición y un grupo de soldados reclutados en Bigorra, mientras que Béthencourt aportó hombres alistados en Normandía.[28][29]

Reunidos en el puerto de La Rochela, la nave partió el 1 de mayo de 1402 e hizo escalas en los puertos de Vivero, La Coruña y Cádiz.[30]

La hueste conquistadora

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Aunque de Francia partió la nave expedicionaria con doscientos ochenta hombres, durante la estancia en Cádiz los marineros desanimaron a los soldados de tal manera que provocaron la deserción de un numeroso grupo, pues «de 280 personas sólo quedaron 63».[31]

En cuanto al armamento, los soldados iban provistos de arcos, espadas, lanzas y algunas ballestas, y para su defensa disponían de corazas, bacinetes con alpartaz y escudos.[32]

Llegada a Canarias

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El estrecho de El Río entre las islas de La Graciosa y Lanzarote fue utilizado como primer fondeadero por la expedición conquistadora normanda en el verano de 1402.

Con la fuerza expedicionaria reducida, la nave partió de Cádiz hacia Canarias, donde arribó finalmente al puerto de La Graciosa a finales de junio.[33][nota 2]

Gadifer y un grupo de hombres tomaron tierra en Lanzarote y recorrieron las proximidades en busca de aborígenes. Aunque en un primer momento no lograron encontrarlos, posteriormente estos se presentaron en son de paz ante ellos. Acordaron entonces que otro día señalado el «rey» de la isla, llamado Guadarfía por Abréu Galindo,[35]​ acudiría a hablar con los capitanes. Una vez reunidos, y con la mediación de los intérpretes Alfonso e Isabel,[36][nota 3]​ los capitanes y el rey acordaron paces entre ellos «como amigos y no como sujetos». Los franceses se comprometían a defender a los aborígenes de los asaltos esclavistas, mientras los majos les permitían poder establecerse en la isla.[33]

Establecimiento en Rubicón

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Playa del Pozo en la costa de Rubicón. Sobre las primeras elevaciones se construyó la torre o castillo de Rubicón durante la conquista.

Los franceses partieron entonces del puerto de La Graciosa y establecieron su campamento en la zona denominada Rubicón en el extremo sureste de la isla. El lugar escogido en las inmediaciones de la playa de la Cruz o del Pozo contaba con un puerto natural, agua dulce y con elevaciones del terreno que podían ser fácilmente fortificadas. Aquí comenzaron la construcción de un asentamiento junto al margen derecho de la desembocadura del barranco de los Pozos. Además de una torre o castillo de piedra y barro, contaba con edificios para uso doméstico y un pozo para el abasto de agua dulce. Más tarde el asentamiento sería ampliado con la construcción de una ermita dedicada a san Marcial y un cementerio anexo a la misma.[33][38][39]

Una vez establecido el campamento y construido el castillo, Béthencourt y La Salle dejaron como gobernador de Rubicón a Bertín de Berneval, mientras ellos pasaron a explorar la isla de Fuerteventura.[40]

Marcha de Béthencourt a Castilla

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Tras no conseguir nada en su exploración de Fuerteventura por la negativa de los marineros de permanecer más tiempo en las islas, los conquistadores se vieron obligados a regresar a Rubicón. Allí, los marineros se negaron a descargar gran parte de los víveres y pertrechos, y decidieron regresar a Castilla. Los capitanes conquistadores decidieron entonces que Béthencourt retornara con ellos e hiciese las gestiones necesarias para el envío de nuevos refrescos.[41]

Por entonces, el gobernador de Rubicón Bertín de Berneval comenzó a instigar a algunos de sus compañeros expedicionarios, descontentos con el rumbo que había tomado la conquista.[42]

Traición de Berneval a los aborígenes

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En octubre de 1402, Gadifer pasó varios días con algunos de sus hombres en el islote de Lobos cazando lobos marinos para hacer calzados para la tropa. En su ausencia, Bertín de Berneval partió al puerto de La Graciosa para hablar con los marineros de la nave castellana Tajamar que había arribado a las islas. Berneval ofreció al maestre hasta cuarenta aborígenes como esclavos a cambio del pasaje para Castilla para él y sus compañeros, a lo que el maestre accedió.[43]

Poco después dos aborígenes acudieron a Rubicón para dar aviso a Berneval de cómo los castellanos habían asaltado la isla con intención de capturarlos. El gobernador les envió de vuelta y les conminó a mantenerse agrupados, prometiéndoles poner remedio al asunto. Poco después partió junto a un grupo de sus cómplices rumbo al poblado aborigen conocido como la Gran Aldea, en el interior de la isla. Berneval mandó llamar entonces al rey de la isla para que se uniera a ellos, ofreciéndole protección contra los castellanos. Guadarfía acudió confiando en las paces que tenía hechas con los franceses, pero Berneval y sus cómplices aprovecharon la noche para prender a una veintena de aborígenes mientras dormían, incluido el propio rey, pero este logró liberarse de las ataduras y escapó.[44]

Berenval y sus compañeros marcharon al puerto de La Graciosa, donde entregaron a los castellanos de la Tajamar los veintidós aborígenes capturados, además de a los intérpretes Alfonso e Isabel.[36]

Motín de Berneval en Rubicón

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Mientras tanto, a Rubicón había arribado el bote de Gadifer con Remonnet de Levedan a bordo, quien había acudido desde el islote de Lobos en busca de agua y alimentos. Los cómplices de Berneval lograron hacerse con el bote a la fuerza, amenazando a los fieles al capitán conquistador.[45]

Al día siguiente arribó a la playa el bote de la nave Tajamar con varios castellanos y por tierra llegó Berneval con una treintena de marineros. Una vez en Rubicón, los amotinados se hicieron con gran parte de los víveres y las armas, destruyendo el resto, y el gobernador permitió a los castellanos abusar y violar a varias mujeres francesas que habían venido con los conquistadores.[46]

Mientras los amotinados partían en los dos botes con el botín hacia La Graciosa, varios hombres de Gadifer que se hallaban en Rubicón acudieron por tierra también al puerto para pedir ayuda a los marineros de la Morella, otra nave castellana que se encontraba fondeada allí. Con la ayuda de estos finalmente lograron llegar en bote a Lobos y rescataron a Gadifer y los suyos, devolviéndolos a Lanzarote. Por su parte, Berneval y sus compañeros partieron en la Tajamar rumbo a Castilla.[47]

Véase también

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  1. Se trata de los manuscritos denominados Lacunense, Matritense y Ovetense, y las relaciones históricas atribuidas a los supuestos conquistadores Antonio Cedeño y Gómez Escudero. Todas ellas serían copias o extractos de una crónica primitiva desaparecida realizada entre finales del siglo XV y comienzos del siguiente por el entorno familiar de Alonso Jáimez de Sotomayor, alférez mayor de la conquista de Gran Canaria.[3][4][5]
  2. Se denominaba puerto de La Graciosa al conocido modernamente como El Río, el estrecho canal que separa las islas de La Graciosa y Lanzarote, y que según el historiador Elías Serra Ràfols «es sin duda el mejor puerto natural de todo el Archipiélago en cuanto a fondeo y protección de los vientos».[34]
  3. Alfonso e Isabel eran aborígenes de Lanzarote que habían sido llevados a Castilla años antes como esclavos, y que fueron comprados por Béthencourt para la empresa conquistadora para usarlos como lenguas o intérpretes.[37]

Referencias

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  1. Cebrián Latasa, 2007, pp. 146-147.
  2. Cioranescu y Serra Ràfols, 1964, pp. 148.
  3. Cebrián Latasa, 2007, pp. 115-117.
  4. Morales Padrón, 1978, pp. 41-44.
  5. Jiménez González, 2009-2010, pp. 50-51.
  6. Cebrián Latasa, 2007, pp. 110-112; 115-117; 149-150.
  7. Cioranescu y Serra Ràfols, 1964, pp. 138.
  8. a b Alamón Núñez et al., 2022, pp. 2.
  9. Cabrera Pérez, 1989, pp. 528; 538.
  10. Cabrera Pérez, 1989, pp. 498; 505-506.
  11. Cabrera Pérez, Perera Betancor y Tejera Gaspar, 1999, pp. 181; 185; 187.
  12. Cabrera Pérez, 1989, pp. 486-487.
  13. a b Cabrera Pérez, Perera Betancor y Tejera Gaspar, 1999, pp. 231-232.
  14. Cioranescu y Serra Ràfols, 1964, pp. 78.
  15. Abréu Galindo, 1848, pp. 26; 30.
  16. Cioranescu y Serra Ràfols, 1964, pp. 244.
  17. Quartapelle, 2017, pp. 12.
  18. Sosa Suárez y Tejera Gaspar, 1998, pp. 410.
  19. Verlinden, 1958, pp. 1176.
  20. Aznar Vallejo y Tejera Gaspar, 1991, pp. 22.
  21. Cebrián Latasa, 2003, pp. 104.
  22. Sánchez Saus, 2005, pp. 181; 187-188.
  23. López de Ayala, 1780, pp. 493.
  24. Aznar Vallejo y Tejera Gaspar, 1989, pp. 19.
  25. Cioranescu y Serra Ràfols, 1959, pp. 150-152.
  26. Cioranescu y Serra Ràfols, 1964, pp. 14.
  27. Cioranescu y Serra Ràfols, 1959, pp. 186.
  28. Cioranescu y Serra Ràfols, 1964, pp. 18.
  29. Cioranescu y Serra Ràfols, 1959, pp. 189.
  30. Cioranescu y Serra Ràfols, 1964, pp. 16; 18; 20.
  31. Cioranescu y Serra Ràfols, 1964, pp. 22.
  32. Cioranescu y Serra Ràfols, 1964, pp. 163.
  33. a b c Cioranescu y Serra Ràfols, 1964, pp. 24.
  34. Cioranescu y Serra Ràfols, 1964, pp. 177-178.
  35. Abréu Galindo, 1848, pp. 31; 34.
  36. a b Cioranescu y Serra Ràfols, 1964, pp. 42.
  37. Cioranescu y Serra Ràfols, 1964, pp. 178.
  38. Chávez-Álvarez et al., 2023, pp. 289-290.
  39. Aznar Vallejo y Tejera Gaspar, 1989, pp. 24-25.
  40. Cioranescu y Serra Ràfols, 1964, pp. 24-26.
  41. Cioranescu y Serra Ràfols, 1964, pp. 28.
  42. Cioranescu y Serra Ràfols, 1964, pp. 36.
  43. Cioranescu y Serra Ràfols, 1964, pp. 38-40.
  44. Cioranescu y Serra Ràfols, 1964, pp. 40-42.
  45. Cioranescu y Serra Ràfols, 1964, pp. 44.
  46. Cioranescu y Serra Ràfols, 1964, pp. 46.
  47. Cioranescu y Serra Ràfols, 1964, pp. 50; 54-56.

Bibliografía

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