César Dávila Andrade

escritor ecuatoriano

César Dávila Andrade (Cuenca, 5 de octubre de 1918 - Caracas, 2 de mayo de 1967)[1]​ fue un poeta, escritor y ensayista ecuatoriano, lejano descendiente del general José María Córdova; héroe de la independencia, fue uno de los escritores ecuatorianos más representativos, y señalado como el mayor representante del relato breve ecuatoriano.[2]​ Su obra se cataloga en las corrientes literarias neorromántica y neosurrealista.[3]

César Dávila Andrade

César Dávila Andrade en 2018
Información personal
Otros nombres El 'Fakir'
Nacimiento 5 de octubre de 1918
Cuenca, Azuay, Ecuador
Fallecimiento 2 de mayo de 1967
(48 años)
Caracas, Venezuela
Causa de muerte Suicidio
Nacionalidad Ecuatoriana
Religión Zen; Rosacruz
Familia
Cónyuge Isabel Córdova
Familiares Jorge Dávila Vázquez
Información profesional
Ocupación Escritor, poeta, corrector de textos, periodista, columnista y actor Ver y modificar los datos en Wikidata
Años activo Periodo de transición
Movimiento Neorromanticismo; neosurrealismo
Seudónimo Fakir. Ver y modificar los datos en Wikidata
Géneros Poesía, narrativa (relato) y ensayo
Obras notables
Distinciones Premio 'La Lira' (3 ocasiones).
Firma

Proveniente de una familia de bajos recursos, no consiguió acabar en su Ecuador natal sus estudios reglados. Después de un fugaz paso por Guayaquil, se trasladó a Quito en 1951[4]​ y allí ensayó diversas ocupaciones hasta que finalmente emigró a Venezuela junto a su esposa Isabel Córdova,[5]​ radicándose en Caracas, ciudad en la que trabajó de periodista hasta su suicidio.

También era conocido como El Fakir[6]​ tanto por su aspecto físico como por sus intereses sobre temas místicos y esotéricos.

En la obra del autor destacan sus poemas, aunque también escribió novelas cortas, cuentos, ensayos y numerosos artículos periodísticos.[6]

Infancia y juventud

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El poeta era hijo de un empleado público y un ama de casa que cosía para ayudar a sostener económicamente a la familia. No provenía de una familia de artistas, pero tanto un tío como un primo del autor eran escritores.

Cursó la primaria en la escuela de los Hermanos Cristianos. Después se matriculó en el Normal "Manuel J. Calle" donde aprobó hasta el segundo curso. También estudió un año en la Academia de Bellas Artes.

Durante esa etapa empezó a escribir poesías como simple pasatiempo. Su tío César Dávila Córdova era poeta y crítico y un primo hermano Alberto Andrade Arízaga era famoso en el periodismo azuayo por sus magistrales escritos que firmaba con el pseudónimo de Brummel. A este primo dedicaría en 1934 su primer poema conocido "La vida es Vapor", donde se nota el precoz uso de términos surrealistas.

Para ayudar al mantenimiento de la casa ingresó de amanuense en 1936 a la Corte Superior de Justicia, con un sueldo bajísimo, que entregaba a su madre diciendo "ahora sí estoy feliz, porque ya no tengo medio en el bolsillo", aunque después le solicitaba préstamos para comprar cigarrillos de envolver.

Interés por el hermetismo

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Desde siempre le habían atraído las Ciencias Ocultas y en algunos de esos estudios, sobre todo en el Rosacrucianismo, fue conducido por el Coronel José Gómez Jurado, marido de su prima Raquel Muñoz Dávila. También practicaba el hipnotismo con su hermano menor Olmedo, a quien una tarde no podía hacerlo volver en sí. Aunque no acostumbraba realizar ejercicios físicos, tenía el tórax musculado y era muy fuerte, lo que él atribuía a ciertas formas de respiración y a concentraciones mentales.[7]

Vencía fácilmente a sus compañeros jugando al brazo, media algo más de 1.60 m . Tenía una voz de tenor excelente para recitar, su complexión era delgada, los hombros anchos, se peinaba el cabello lacio y negro hacia atrás, sin raya y a la moda tango; sus ojos negros, profundos y grandes, la boca finísima, la nariz aguileña y como era del tipo medio árabe, cuando vivió en Quito le comenzaron a decir " El Fakir". Apodo con el que ha pasado a la historia, pues contaban sus amigos que de tanto beber comía tan poco como un fakir. Por las tardes y a la salida del trabajo, paseaba por el patio familiar con un gato dormido en el hombro. En otras ocasiones leía con el gato sus "libros raros", como él llamaba a los de Ciencias Ocultas.[8][7]

Obras, resultados y ejecutorias

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A partir del año 1945 publica cuentos, ensayos y artículos varios en la revista "Letras del Ecuador" de la Casa de la Cultura Ecuatoriana.[3]​ Al año siguiente (1946) publicó más artículos, hasta que en 1956 cesó dicha publicación. Trabajos que testimonian sus dotes literarias y genialidad.[1]

Casi enseguida dio su "Oda al Arquitecto",[4]​ poema diferente por sus connotaciones panteístas, de reiteraciones letánicas acordes con el tema religioso de la composición y en los estribillos, que lo sitúan como el poema Daviliano mayor de esta época, que por primera fue romántica y llena de musicalidad, con rezagos modernistas y surrealistas.

A fines de año apareció su primer libro célebre intitulado "Espacio me has vencido[9]​ ".

En 1955 seleccionó sus mejores cuentos nuevos y la Casa de la Cultura los publicó bajo el título de "Trece Relatos"[10]​ en 182 páginas. Obra que cimentó definitivamente su prestigio del mayor poeta y cuentista de la generación, "con cuentos fuertes, adensándose hasta convertirse en ambientes calcinados, asfixiantes, que pesan sobre sus antihéroes,[11]​ exasperándolos y hundiéndolos en el mal"; sin embargo, su preocupación por la enfermedad y la muerte, que ya se insinuaron en el primer libro "Abandonados en la tierra",[8]​ ahora se torna en obsesión.

En 1959 leyó las Noticias Secretas de América y Las Mitas del Prof. Aquiles Pérez y apasionándose por el indio y su tragedia, escribió "Boletín y elegía de las mitas".[12]​ Ese año publicó su poemario "Arco de Instantes" en donde lo incluyó; posteriormente el Boletín fue traducido al quichua por Manuel M. Muñoz Cueva[3]​ y se convirtió en una poesía antológica por telúrica, americana en cuanto a épica y a lírica, a austeridad verbal. "Poesía fuerte y grande, con ritmo de tambor indígena y canto ritual. Cuadro sombrío, de tintas recargadas hasta el paroxismo, salvado estéticamente por el clima general de grandeza trágica".[5]​ El resto del poemario, es decir, el "Arco de Instantes", es un salto al tiempo como tal y a lo metafísico.

Dávila Andrade no perteneció a ninguna escuela literaria. Sin embargo, es preciso anotar que fue un romántico puro y tardío en sus primeros versos (Canción a la bella distante).[9]Expresionista magnífico que atendió más el sentimiento que a la intuición. Después anduvo por el surrealismo.[7]​ Sé hermanó con Neruda en la música de los primeros versos, en esas nostalgias de las primeras mujeres que van riendo sílabas azules. Más tarde utilizó su lira se empareja en la línea telúrica del cantor chileno y al igual que el canto de la epopeya de su Tomebamba Florecida.[13]

En 1951 se radicó de manera definitiva en Venezuela, donde alternó su actividad literaria con una cátedra en la Universidad de los Andes de Mérida.[7]​ En 1960 publicó "En un lugar no identificado" y cuatro años más tarde "Conexiones de Tierra".[2]

Durante varios años se desempeñó como Adjunto Cultural de la Embajada del Ecuador, hasta que una mañana de mayo de 1967, degollado por mano frente a un espejo,[5]​ en Caracas, César Dávila Andrade parecería cerrar el drama de un poema maldito. Incrementado, así, una fatalista tradición romántico que también invadió a poetas modernistas quienes, de esa manera, fueron consecuentes y letales con esa Darca con la que contaron y reclamaron en sus decadentes versos. Junto a su cadáver se encontró su pensamiento postrero:[12]​ "Nunca estaremos verdaderamente solos si vivimos dentro de un mismo corazón".[6]

 
Monumento conmemorativo a César Dávila Andrade frente a la Casa de la Cultura Ecuatoriana "Benjamín Carrión".

Boletín y elegía de las mitas

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La obra más conocida del poeta, publicada en 1959 y comparada con "Alturas de Macchu Picchu" de Pablo Neruda,[13]​ marcó un hito en la poesía americana y ecuatoriana. "Boletín y elegía de las mitas" ha opinado Rodrigo Pesantez Rodas, "es un poema de fundición, donde la historia se torna epopeya y el lirismo se vuelve monólogo y coro a la vez, para gritar la más grande profanación del siglo: la muerte y sacrificio de una raza de dioses dormida en el mito y de pronto despertada por la ambición conquistadora".[14]​ Además esta obra "ha sido representada en la radio y en espectáculos como el creado por el músico andino y experimental Mesías Maiguashca en el 2007. El poema es adaptado para una cantata escénica con la colaboración del escritor Juan Valdano;[15]​ consta de veintiséis estrofas interpretadas por un coro, instrumentos de orquesta, andinos y objetos sonoros. El texto se respeta en su totalidad y es cantado en kichwa y español. La musicalización orquestal incluye la voz de César Dávila[16]​ recitando su texto, en el que se canta la historia de los indígenas en los siglos XVI y XVII en una especie de denuncia o llamado al levantamiento de los mitayos frente al humillante trato de sus patrones".[17]

Espacio me has vencido

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El libro Espacio me has vencido[5]​ es su primera publicación bajo el sello editorial de la Casa de la Cultura Ecuatoriana "Benjamín Carrión" en 1946, lugar donde ejerció el oficio de "corrector de pruebas".[18]

En el prólogo "En el arco de tu poesía", escrito por Galo René Pérez,[19]​ dice: «Oigo el cansancio profundo de una carreta llena de nostalgia y doradas gavillas, que pasa por la claridad de los caminos hacia tu aldea blanca, azulada en los bordes por el cielo de junio. Los tardos bueyes que la arrastran, tienen grande y lenta el agua de sus ojos mansos. Los vientos mezclan la luz y el polvo sobre sus pieles pardas. Caminan entre altos eucaliptos que cercan prados en donde la siega avanza con su ruido de cañas». Y al finalizar, su también amigo, afirma: «César Dávila Andrade,[20]​ compañero de amados ideales, cantor dionisíaco de junio, dulce anunciador del verano, tu espíritu rompe el límite real y cae vencido de azul y de espacio. En la ciudad de Quito, junio 29 de 1946.»[21]

Ensayo daviliano

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Dávila Andrade escribió numerosos ensayos sobre poesía, pensamiento oriental, pensadores y escritores trascendentales, como también aquellos donde buscaba la búsqueda del "más allá".

Entre los títulos destacan: El humanismo llamado Zen; Magia, yoga y poesía (el ensayo mejor logrado); Evocación de Omar Khayyam; Teoría del Titán Contemplativo,[22]​ entre otros. A decir del último, una muestra de admiración al poeta quiteño Jorge Carrera Andrade,[5]​ citamos el fragmento final:

«Había yo comprendido que su estirpe de titán contemplativo, ahogando en él la aptitud del cíclope elemental, habíale dotado de la desolada y lúcida receptividad del visionario. Y le había dado tres elementos vitales para el mágico ejercicio: Un destino, El Viaje; un órgano, La Ventana; y un estado, La Soledad.[22]

»Era ahora un artífice caído de rodillas en el fondo de un inmenso caleidoscopio. Su única plegaria, podía concretarse así: “Señor, dame la luz con que pueda contemplar todo el mundo, átomo por átomo”.[22]

»Y se disponía a manipular la real e ilusoria materia que reviste este entrañable guijarro sideral. Sabía de antemano que esta materia lleva ínsito el oleaje de las modificaciones que originan la acción. Él, como contemplativo, flotaba sobre aquella, describiéndola. Interfascinándose, cerraban el arco del éxtasis. De su fondo, emergía el poeta con su delgado mensaje visible, como un espejo con la lámina de un bosque.[22]

»Viaje, Ventana y Soledad —esa soledad que hace suspirar las estatuas—, afinaron sus instrumentos perceptivos. Conocía la lentitud de las nubes por el tacto; la porosidad de los aromas y el color; las huellas digitales de Dios en los microgramas; “la calderilla de hojas” que el viento lleva a rastras; la manera de trinar del agua, por la burbuja; la unidad estatuaria de la blancura que, revoloteando, pretenden las palomas reunir.[22]

»A veces, los ojos de granizo eterno de Heráclito, abríase en el rostro del Poeta. Era una de las etapas del contemplativo. Miraba entonces la fluencia de la naturaleza desde una ventana abierta en el sereno muro de su alma de viandante. Las formas corrían en onda innumerable. Era el curso del tiempo; el flujo de los días; el devenir ineluctable de las áureas medallas del otoño. La corola del irreductible cosmorama, giraba sin cesar…[22]

»Sintió oprimido su corazón ante las migraciones, las estaciones, los adioses, grabaos en el inmenso aro nupcial de la vida y la muerte, el cambio y la presenciar. Todo lo contemplaba “como un fluir de astros, de arenas, de edades”. Y, en tanto que el cambiante y absoluto río se deslizaba, la lengua del Poeta se abrió, herid, bautizando a las perecederas cosas con nombres de ternura perdurable: Tú, polvo, “sastre de los espejos”. Tú, Octubre, “mercader vespertino”. Había ya descubierto la fiel actitud de las cosas; sus exactas ocupaciones; sus predestinados oficios; y las llamaba: Tú, tú, Tú nodriza, hortelana, agrimensor. Tú, “vendedor de espejos”, tú, “monja panadera”.[22]

»Pero, he aquí que, de pronto, esta facultad de ver pasar se transforma y el Poeta se siente dentro de lo observado. El conocedor y lo conocido unifícase mágicamente. Siente y sufre desde el objeto de contemplación. Mira desde el interior, reintegrándose. “Me voy mezclando, mar, a tus tumultos”, exclama mientras el oleaje lo reabsorbe. “Mi cuerpo entra en el flujo de tu eterno trabajo”.[22]

»Las esencias le devoran y le entregan sus regazos elementales, ardientes de plasma originario. Es así, como el Poeta, desde la presencia corpórea del Universo, desciende a la Esencia universal.[22]​»***

»Había una vez un titán contemplativo…  (1948)».[22]

Juicios críticos

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Miguel Donoso Pareja, realiza una breve antología para la Universidad Nacional Autónoma de México UNAM,[23]​ donde dice en la nota introductoria, que: «La literatura del Ecuador, como la de prácticamente todos los países latinoamericanos, podría reducirse a unos pocos nombres. El tiempo decanta y la decantación resulta, cualitativamente, buena. Entre esos nombres (y obras) que quedaron ya, no solo en la “literatura nacional”[6]​ sino en la continental; está César Dávila Andrade, El Fakir, como le decían sus amigos, nacido en Cuenca, Ecuador, en 1918, y muerto “de suicidio” en Caracas, Venezuela,[4]​ en 1967. Fue alguien que, como señala en algún poema, vivió el enigma de las dos patrias y supo que “la conciencia del destierro” era su “único país”. Cuando se quitó la vida dejó en el rodillo de la máquina una hoja de papel en la que había escrito: “Nunca estamos verdaderamente solos si vivimos dentro de un mismo corazón”.

»Dávila Andrade escribió poesía y prosa. En esta última publicó tres volúmenes de cuentos: Abandonados en la Tierra (1956), Trece relatos (1956) y Cabeza de gallo (1966), y constituye un punto de enlace entre la narrativa de Pablo Palacio, precursor de la vanguardia ecuatoriana[5]​ (y aun latinoamericana, según Lavín Cerda) en la prosa de ficción, y los actuales y más avanzados cuentistas y novelistas ecuatorianos.

»Su obra poética es más abundante: Catedral salvaje (1951), Boletín y elegía de las mitas (1957), Arco de instantes (1959), En un lugar no identificado (1962), Conexiones de tierra (1964) y, póstumamente, Material real (1970).[9]​ Después de Jorge Carrera Andrade (solo en un sentido cronológico), es el más alto poeta que ha dado el Ecuador y, a nuestro juicio, uno de los grandes de América Latina.[12]

»De “qué” era y cómo era el Fakir nos da una idea Jorge Enrique Adoum en su novela Entre Marx y una mujer desnuda[13], contándonos la siguiente anécdota: “Un día”, narra Adoum, “le regalamos entre todos un par de anteojos” (la miopía del Fakir era casi ceguera), “y le hicimos daño: comenzó a descubrir la realidad, primero con asombro, luego con una desazón de astrólogo convertido en agrimensor.[5]​ ‛El mundo ha sabido ser lindo’, dijo. ‛Ahora me explico la otra poesía. ¿Vos sabías, por ejemplo, que las moscas tienen patas?’ [...] Fue al campo y dijo que era un lugar atroz donde los pollos caminaban crudos”, hasta que perdió los lentes y alguien le reclamó: “¿Y los lentes, Fakir, los empeñaste para beber, no es cierto?” “Sí, hermanito, cierto es”. “Pero tú dijiste que el mundo era lindo.” “Sí”, dijo, “pero el ser humano es feo”. Este hombre, que “parecía no necesitar de alimento”, que prefería “introvertirse” un aguardiente a tomarse un caldo, que era “transparente como un ángel” (dice Adoum),[15]​ vivió-murió (o murió-vivió, qué más da) escribiendo una obra poética honda, desgarrada, laboriosa (“yo no soy un poeta, soy un albañil”, le explicó a alguien), llena de resonancias, una de las más importantes, no tenemos la menor duda de ello, de América Latina y del habla española en general.

»Son pocos, como en casi toda nuestra América, los nombres significativos en la literatura de mi país —Olmedo, Noboa y Caamaño, Montalvo, Mera, Medardo Ángel Silva, Carrera Andrade, Benjamín Carrrón, Gallegos Lara, Pablo Palacio, Gil Gilbert, De la Cuadra, Pareja,[10]​ y alguno que otro más—, y a estos se une, en lugar de honor, César Dávila Andrade, “... poeta sin parroquia / ni ocupaciones respectivas”, pero sabedor de que “solo el Infierno puede hacer verdaderos mártires” y “el pez solo puede salvarse en el relámpago”. Miguel Donoso Pareja».[23]

De su obra hay recogida diversas opiniones y críticas, como la que León Felipe, que lo calificó como "el valor más alto de los nuevos y jóvenes poetas sudamericanos".[11]

Diego Araujo afirma que “ningún poeta ecuatoriano ha vivido la poesía con la intensidad, el religioso fervor y la entrega con la que vivió Dávila”, en el ensayo César Dávila:[24]El dolor más antiguo de la tierra. Después añade, refiriéndose al camino del conocimiento, que César Dávila “sabía que el poeta que va por este camino no juega con literatura sino con vida” . Asimismo, Vladimiro Rivas en el estudio introductorio del libro El tiempo y las palabras afirma que “Dávila Andrade es el poeta de la iluminación: visionario, es nuestro Rimbaud y nuestro Hölderlin.[19]​ Es el poeta del conocimiento esotérico, de la tierra sacralizada, de los magmas terrestres y de los tejidos biológicos”.[19]

A su vez, César Eduardo Carrión, dice: «Es Hermes quien inventa la lira y se la cede a Apolo, a cambio del cayado de oro, que luego se transformará en el caduceo. La lírica fue primero hermética y después, apolínea. Quizá, por esta razón, César Dávila se remita con sus versos a este sentido primitivo (hermético) de la poesía.[7]

»Un poema no tiene por qué ser necesariamente diáfano y fácilmente inteligible (apolíneo). Pero siempre debe apelar a cierto sentido oculto para el sentido común: su significado último es siempre patético, emocional, afectivo. Aquellos lectores que reclaman claridad de los poemas últimos de César Dávila olvidaron que durante las fiestas en honor a Hermes (que se celebraban en Argólide y Creta), los papeles entre amos y esclavos se intercambiaban. En aquellos rituales de carácter saturnal, seguramente era difícil reconocer quién estaba originalmente al mando (¿el poema o el lector?). No hay lecturas seguras ni definitivas para los textos herméticos (para casi ningún poema importante). No existe criterio de autoridad al que se pueda acudir fácilmente, cuando se lee los desconcertantes versos de Dávila Andrade.

»La poesía daviliana es hermética por estas razones, no porque las escribiera un suicida desesperado (encima alcohólico), lleno de ideas religiosas orientales. Si algún rapto místico existe en los poemas de Dávila Andrade (emanado de sus intereses religiosos), es aquel que invita a la Consagración de los instantes, como sugiere uno de sus poemas.»[7]

Trascendencia

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Grupo literario Madrugada

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El grupo literario Madrugada, fundado por Galo René Pérez en Quito, en 1944, mantenían estrecha relación con César Dávila. En la revista del grupo solían publicarse poemas, además de escritos críticos y políticos de El Fakir.

Hipertextualidad

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La obra más difundida de Dávila Andrade es Boletín y Elegía de las Mitas.[16]​ Esta obra fue musicalizada en cantata popular sinfónica por la Orquesta Sinfónica Nacional, dirigida por Emmanuel Siffert, con música de Edgar Palacios, por motivo de la celebración del Bicentenario o del Primer Grito de la Independencia,[17]​ además de adjuntar el arte de Eduardo Kingman. Esta obra, tuvo como objetivo principal visibilizar el dolor, el desgarramiento y la opresión del trabajador indígena por parte de los españoles-criollos. Pero asimismo esta obra no muestra todas las magnitudes de Dávila Andrade, porque solo es observable la tendencia indigenista y no las demás facetas literarias.[19]

Sus múltiples facetas literarias, o periodos creativos como lo categoriza Jorge Dávila Vázquez en el libro César Dávila Andrade: Combate poético y suicidio,[3][13]​ fueron plasmados en el disco Tarea poética: Fonografías de César Dávila Andrade[16], donde se exploran los ritmos musicales: pasillo, mambo, rap, balada, folk y funk.[24]

Presencia en las artes y el cine

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Retrato de César Dávila Andrade, óleo de Oswaldo Guayasamín.

César Dávila Andrade ha alcanzado, pese a su prematura –no llegó a la cincuentena– y trágica muerte, un lugar de excepción entre las letras de Hispanoamérica de mediados del siglo XX. Dotado portentosamente para el relato, logró con su obra poética un espacio excepcional entre los cultivadores de lo telúrico y lo abisal, con una empática sensibilidad social y un carácter confesional de proporciones místicas. Su tormentosa vida y su suicidio han resultado atrayentes para un nutrido número de lectores de las últimas generaciones de ecuatorianos. Y su obra y su personalidad únicas han seducido a un significativo número de creadores plásticos, visuales y audiovisuales, y aún de escritores y compositores, del Ecuador.

La figura de César Dávila Andrade ha servido a distintos narradores y dramaturgos ecuatorianos para sus ficciones. En el caso de la novela, Jorge Enrique Adoum, sitúa a un trasunto de César Dávila Andrade en la trama de Entre Marx y una mujer desnuda (1976) y Eliécer Cárdenas (1950), introduce a nuestro poeta en la trama apócrifa de El pinar de Segismundo (2008). El sobrino del poeta, y el mayor especialista en su obra, Jorge Dávila Vázquez (1947), le erigió en 1991 en protagonista de una obra teatral, Espejo roto, en la que un César Dávila Andrade, en el Más Allá, se reencuentra con familiares y amigos muertos y es capaz de ver a los allegados que dejó atrás tras su movimiento definitivo, y ha dedicado, asimismo, un relato a César Dávila Andrade, “Ángel sin misión”, incluido en una colección homónima de narrativa breve del autor, cuya acción tiene lugar instantes antes de que se diera muerte.

Boletín y elegía de las mitas. Cantata de Mesías Maiguashca, estrenada en 2007.

En 1998 ya advertía Dávila Vázquez que el poemario Boletín y elegía de las mitas, “ha alcanzado, como ningún texto poético ecuatoriano, unos modos de difusión excepcionales: el teatro y la música”.[5]​ El autor se refería entonces a dos aportaciones, la dramática de Fabio Paccioni y la musical de Edgar Palacios, pero desde entonces la misma obra ha conocido una segunda versión musical. En primer lugar, Dávila Vázquez alude a la escenificación del poemario de acuerdo con la dramaturgia y dirección de Fabio Paccioni –Pachioni en su forma españolizada– (Mantua, 1927-París, 2005), que había llegado al país en 1964, invitado por el gobierno ecuatoriano para incentivar la escena teatral nacional. Su versión escenificada de Boletín y elegía de las mitas, cuyo éxito conoció el poeta por una misiva de Vladimiro Rivas (1944) fue estrenaba en marzo de 1967 por la compañía Teatro Ensayo de la Casa de la Cultura Ecuatoriana de Quito. El extenso poema ha servido como base para la creación de dos cantatas por los compositores ecuatorianos Edgar Palacios (la aludida por Dávila Vázquez) y Mesías Maiguashca. Así, Palacios (1940), compuso en 1968 la “cantata popular ecuatoriana” Boletín y elegía de las mitas para coro, solistas y piano, que posteriormente orquestaría, en su versión definitiva para orquesta sinfónica, coro polifónico, solistas y declamador en una obra cuya ejecución arroja unos cuarenta minutos de duración y que fue estrenada el 13 de diciembre de 1990 en el Teatro Nacional Sucre de Quito bajo la dirección de Álvaro Manzano . Maiguashca (1938) compuso la “cantata escénica”, asimismo titulada, Boletín y elegía de las mitas, en un larguísimo proceso abierto en Buenos Aires en 1963 y concluido en Friburgo en 2004. La obra fue estrenada en el Teatro Nacional Sucre de Quito el 25 de octubre de 2007 por la Orquesta de Instrumentos Andinos del Municipio de Quito, así como por tres coros, un ensamble de objetos sonoros de madera diseñados por el propio compositor y su hijo, Gabriel, y un tratamiento electroacústico en tiempo real, bajo la dirección del compositor ecuatoriano Jorge Oviedo Jaramillo (1974). La ejecución musical, que arrojó una duración de ochenta y siete minutos, estuvo acompañada por la proyección de fotografías, todas ellas, retratos de indígenas, tomadas por el compositor durante un viaje de tres meses en 2006 por los Andes ecuatorianos. Maiguashca, quien alcanzó a conocer a César Dávila Andrade en una ocasión siendo muy joven, decidió musicalizar el poema por su extraordinaria potencialidad de “comunicación sobre un tema traumático de los ecuatorianos” , la cuestión del maltrato al indígena. Una razón que le conmueve en lo personal, siendo hijo de Segundo Maiguashca, jurista que publicó en 1949 un ensayo reivindicativo de la población indígena: El indio, cerebro y corazón de América: incorporación del indio a la cultura nacional.

En las prácticas artísticas contemporáneas

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En la producción de Patricio Palomeque (1962) se aprecia a menudo el recurso a materiales literarios ajenos procedentes de una heterogénea nómina de autores, pero si existe un escritor que le embargado a lo largo de su trayectoria, este es César Dávila Andrade.[1]​ Un retrato imaginario del mismo se remonta a 1992, y en él, Palomeque ha representado a nuestro poeta en su última, su decisiva noche. La pintura se titula Gillete (1992, acrílico sobre lienzo, 100 x 80 cm). Se trata de una inequívoca referencia al instrumento del que se valió para su suicidio, que forzó contra su yugular. El cuadro presenta una atmósfera sombría y surreal (las obras de esta etapa están caracterizadas por una naturaleza difusa, carente de un escenario definido),[21]​ que mezcla colores cálidos (rojos) y fríos (azules). Dávila Andrade[2]​ aparece en el término izquierdo, de cuerpo completo, a excepción de la parte inferior a las rodillas, como avanzando hacia el espectador. Tras él, y en un término superior, se halla una figura femenina íntegramente desnuda representada como una suerte de fantasía. Un universo alucinado que completan dos perros aulladores representados en los extremos inferior izquierdo y superior derecho.

Más recientemente, la presencia física y reconocible de la obra de César Dávila Andrade[4]​ en la obra de Palomeque se ha hecho más ostensible. Así, en marzo del presente año [2014], ha expuesto dos obras, realizadas ambas durante los meses inmediatamente anteriores. Uno de estos trabajos, S/t (2014, plancha de hierro perforada, 30 x 70 x 25 cm) consiste en una plancha de hierro en la que se han perforado, en el término superior, las letras que forman el título de la obra, Catedral salvaje,[25]​ y en el inferior, las que integran uno de los versos de su primera parte; “Aquí no envejecen las murallas ni los ídolos!”. La plancha metálica está separada de la pared del espacio expositivo por cuatro guías, asimismo de hierro, de 25 cm de longitud. Ello permite que se proyecte sobre la pared el contenido de las dos líneas de texto. La obra resulta particularmente arquitectónica, logrando con ella Palomeque una elocuente visualización de la solidez de la que habla el poeta. La segunda de las obras procede a una reproducción fotográfica del perfil urbano de Cuenca, tomada por él mismo, del que destaca poderosamente su catedral, mediante un mecanismo digital que crea su cromatismo por la mayor o menor intensidad de la escritura que llena la integridad de la imagen y que es, nueva, diríamos necesariamente, el poemario Catedral salvaje.[7]

Fernando Falconí, Falco (1979) se ha servido de la obra de César Dávila Andrade[4]​ para un notable ejercicio de penetración en el acontecer cotidiano de los lectores del diario sensacionalista Extra. Su trabajo, al que bautizó como Textículos Revueltos consistió en la inserción en las páginas de este periódico durante los jueves del mes de junio de 2002 (los días 6, 13, 20 y 27),  y como si de sucesos se tratara, de dos relatos de César Dávila Andrade y otros tantos de Pablo Palacio.[15]​ En efecto, la relación es la siguiente: la crónica publicada el 6 de junio, Un hombre muerto a puntapiés corresponde al relato homónimo de Pablo Palacio. La publicada el 13 de junio, “La muerte del monstruo”, constituye una versión de la narración homónima de César Dávila Andrade. El falso reportaje aparecido el 20 de junio, “La autopsia” se basa en el relato de César Dávila Andrade “La autopsia (esquema)” y la crónica “El antropófago”, publicada el 27 de junio, se corresponde con el relato homónimo de Pablo Palacio.[8]​ En los dos primeros casos, las fotografías que acompañaban los artículos son obra de Paco Salazar. Las que ilustraban las dos últimas crónicas fueron tonadas por Diego Cifuentes. El mimetismo con la maquetación del diario resulta sobresaliente. Con la inserción de estas versiones de los relatos, cuyos autores están debidamente identificados al comienzo de los artículos, Falco llama la atención sobre la naturaleza de la “crónica roja”, sobre el contenido desbordantemente violento de sus sucesos y de las imágenes que los ilustran y nos enfrenta con el problema de la veracidad de las informaciones vertidas en este tipo de publicaciones sensacionalistas y morbosas y, por extensión, en toda la prensa.

Para sus ejercicios sobre César Dávila Andrade,[21]​ Falco procede a introducir la noticia resumiendo los detalles de los textos originales para, a continuación citarlos extensamente con leves modificaciones. Su versión de “La autopsia” es casi integral, salvo por algunas omisiones menores y la modificación de los tiempos verbales: el presente de indicativo, tan efectivo en el original, es transformado, convincentemente, en pretérito perfecto simple. En “La muerte del monstruo” procede a la reproducción íntegra de la segunda mitad del original.[11]​ El jueves 4 de julio se publicaron las opiniones de seis lectores, una de las cuales, firmada por Jorge Félix, y enviada a la redacción del diario mediante correo electrónico, se quejaba por el empleo de “expresiones inapropiadas, es decir no son palabras comunes y causa confusión al leerlas, me gustaría que la persona que redacta estas notas utilice términos menos complicados para entender mejor de los que se trata, porque hay palabras que nunca hemos escuchado. Gracias”[1]​.  Finalmente, el viernes 12 de julio de 2002, y a toda página, se publicó una “aclaración pertinente” en la que se explicaba que aquellas noticias eran, en realidad, adaptaciones de sendas narraciones de dos escritores ecuatorianos.

Finalmente, Daniel Chonillo (1984), ha realizado una obra de videoarte Cabeza de gallo (2007, 1′ 38”),[1]​ empleando la técnica de la animación tradicional basándose en el relato homónimo de César Dávila Andrade. La obra es notable por su desnudo dibujo confeccionado exclusivamente por siluetas, logrando que sus líneas se crucen de manera verosímil por la falta de corporeidad de los personajes y los escenarios.[2]​ La versión de Chonillo carece de la metáfora religiosa de poderosa resonancia con que el poeta concluye su relato. En el trabajo de este videoartista lo esencial es la conmiseración por el gallo, cuya cabeza va a ser golpeada en el instante mismo en que acaba su adaptación.

En el cine y el audiovisual ecuatorianos

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Después de haber filmado Arcilla indócil (1982), que fue editada en cámara, y La última erranza (1985),[3]​ basadas ambas en obras literarias, los relatos homónimos de Arturo Montesinos Malo y Joaquín Gallegos Lara, respectivamente, Carlos Pérez Agustí dirigió Cabeza de gallo en 1989, para la que trabajó con El Taller de Cine de la Universidad de Cuenca.[5]​ La película, que arroja una duración de ochenta y cuatro minutos, reconoce en sus créditos el débito hacia el poeta, “según una idea tomada del relato de César Dávila A.”. La historia comienza denunciando, a través de su protagonista, J. Tenesaca, la miseria de los indígenas campesinos. Y lo hace mediante una mención al gallo, el mismo elemento zoológico que serviría a nuestro poeta para su relato alegórico; “nos han jodido. Nos han dejado sin nada. Sin tierra, sin tener dónde dormir ni trabajar. Como el gallo, enterrado vivo, sin poder aletear ya nunca ni estirar el espolón bajo las plumas. Sabíamos que nos botarían de la tierra, pero nadie estaba seguro. Como el gallo enterrado vivo”.[26]

Sabremos que este lamento se debe a que los campesinos van a ser expulsados de sus casas y de sus tierras. A pesar de haber pagado por los terrenos a un terrateniente, este no les firmó escritura alguna. A la muerte del hacendado, sus herederos desean darle otro uso a las tierras y expulsan a los moradores legítimos con la anuencia del Teniente Político, sabedor, no obstante, de la injusticia. Les auxiliará en su atentado, un indio pusilánime y cruel, al servicio de los poderosos y traidor a su sangre, como queda manifiesto en un diálogo casi al término de la película.[26]

 
Busto de César Dávila Andrade en la entrada a la Facultad de Filosofía de la Universidad de Cuenca, con el busto desnudo del personaje, alude a sus inquietudes metafísicas y su afición por las culturas orientales.

César Dávila Andrade aparece en el argumento ya iniciada la historia. Un grupo de estudiantes de cine arriba a una localidad, cuyo nombre no se identifica, para grabar una película inspirada en su relato “Cabeza de gallo”, para lo que desean filmar la tradición popular del descabezamiento del gallo que tiene lugar en la festividad de Todos los Santos.[26]​ Sin embargo, los recién llegados van a descubrir una realidad que no esperaban y que va a dividir a los cineastas entre aquellos que ven en el cine un instrumento de denuncia social y quienes prefieren no complicarse en los problemas reales. El más activo será David, quien mantiene un jugoso diálogo con el cura de la comunidad, el más firme apoyo de los indios. Un sacerdote que renuncia al uso de cualquier tipo de violencia, y que afirma que la obligación de la Iglesia Católica del presente es la de “la liberación del pecado social”. “Hay que creer más en Dios, y menos en Lenin”, le dice a David. Y a la pregunta de este, dolido por la pertinaz injusticia del mundo, “¿cómo puede creer en Dios?”, responde el cura; “¿cómo puede creerse en el hombre?”. La tesis del director se hace presente, de este modo, constituyendo una reivindicación de un cine social de la esperanza en lugar de un cine de la desesperación. La unión de los indios en su búsqueda de la justicia le resulta ejemplar de estos procesos.[26]​ El día de la fiesta, los estudiantes graban los ritos con una cámara de vídeo, pero cuando el embozado está a punto de aplastar con su instrumento la cabeza del gallo, unos gritos anuncian que la iglesia se quema. El espectador sabe, porque lo muestra la filmación, que el incendio es accidental, provocado por una vela que se ha caído, pero el Teniente Político acusará a los cineastas de haberlo provocado para conseguir un mayor dramatismo en su rodaje. Frente a la misma iglesia tiene lugar el enfrentamiento climático entre la comunidad y la autoridad, que será expulsada. A continuación, Tenesaca descubre la cabeza del gallo y lo desentierra, para liberarlo, como una metáfora de cómo el pueblo, largo tiempo aplastado por la injusticia, puede ya alcanzar su libertad. Pero el final no es feliz. El Teniente Político no ha aprendido la lección, y piensa, de regreso a su casa, en cómo servirse de cuanto le deben los terratenientes (los “ricachos” como les llaman siempre los indios), de los que ha sido cómplice en numerosos crímenes contra los campesinos (menciona una violación de uno de los hacendados a una india, el mismo crimen que hemos visto cometer al propio Teniente Político contra otra campesina que había acudido a pedirle justicia). El desenlace de la película es, entonces, trágico. Tenesaca, que acaba de poner una vela en un oratorio, recibe un disparo en su estómago, sin que conozcamos la identidad del asesino. Con su cuerpo tendido, y solitario, concluye la película. Pese a su precariedad técnica, la obra de Pérez Agustí constituye un ejemplo de intertextualidad[24]​ del mayor interés por cuanto se nutre de la misma exigencia de reparación presente en otras creaciones de nuestro poeta, y, en particular, en su Boletín y elegía de las mitas[5]​.[26]

El mismo Pérez Agustí codirigiría (junto con Pablo Carrasco)[26]​ en 1994 un documental de veintiocho minutos de duración producido por el Centro de Cine y Audiovisuales de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Cuenca, César Dávila Andrade. Ángel sin cielo. Pérez Agustí fue, asimismo, corresponsable de su guion (en su aspecto técnico, el literario correspondió a Diego Carrasco), en el que se ofrecen testimonios del hermano del poeta, Olmedo Dávila Andrade, y de los escritores Efraín Jara Idrovo y Jorge Dávila Vázquez.[3]​ A lo largo del documental y, de acuerdo con el guion, se declaman fragmentos de ocho poemas, cuya sucesión no respeta siempre el orden cronológico de su escritura. El orden de estas citas, cuyos títulos de los poemas son identificados sobreimpresionados, es el siguiente: “Ciudad a oscuras” (vv. 1-6, 24,-29, 40-43, 48-53 y 72-74), “Variaciones del anhelo infinito” (vv. 5-13, 18-21 y 26-32), “Mi América india” (vv. 1-6, 39-42, 74-77, 125-128 y 168-178), “Origen” (vv. 12-15 y 27-33), Boletín y elegía de las mitas (vv. 141-149 y 184-195), “Rostro en la arena” (vv. 1-5 y 1-23), “La pequeña oración” (vv. 1-4, 11-16 y 25-27) y, finalmente, “Invitación a la vida triunfante” (vv. 1-13 y 35-42). El documental comienza presentando a un César Dávila Andrade maltratado por la vida, ya desde su juventud, lo que le permitió ser empático con el dolor de los otros. Amó, dice la locución, “a quienes lo padecían [el penar], con el dolor de Cristo”, una alusión a uno de los versos, el undécimo, de su “Carta a la madre”; “yo sé muy bien que amas con el dolor de Cristo”. Siguen testimonios de su vida bohemia, como el personal recordatorio de Jara Idrovo,[5]​ compañero en su juventud de esta vida alcoholizada, quien le conociera en 1944, una bohemia que el narrador no presenta duda alguna en identificar como responsable del “trágico fin en Caracas” del poeta. Del mismo modo –insiste el guion– marcó al poeta una pulsión autodestructiva y una “obsesión premonitoria por la muerte”. Antes del cierre, se establece un esperanzado regreso a una página vitalista del César Dávila Andrade de juventud, “Invitación a la vida triunfante” con un recurso de la tumba del poeta en Caracas (en cuya lápida se leen los seis últimos versos de su “Oda al arquitecto”).[26]Jara Idrovo cifra la influencia poderosísima del poeta en la poesía ecuatoriana debida a su trabajo arduo sobre el lenguaje, mientras que Dávila Vázquez afirma que superó a la Generación del 30.[3]

Mucho más creativo desde un punto de vista estético es el documental El centinela. Imagen de César Dávila Andrade, un trabajo realizado por encargo del Segundo Certamen de Poesía Hispanoamericana Festival de la Lira celebrada en Cuenca en 2009 con dirección y guion (con una línea argumental y textos debidos a Cristóbal Zapata) de los cuencanos Juan Pablo Ordóñez y Melina Wazhima y el guayaquileño, y sobrino nieto del poeta, Mario Rodríguez Dávila. Durante sus diecinueve minutos de duración, encontramos intervenciones de, nuevamente, Jara Idrovo, así como de otros escritores que trataron al poeta: Jorge Enrique Adoum o Edmundo Aray, quien frecuentó su compañía en Venezuela. Del mismo modo, se escuchan algunos de sus poemas, para lo que el plano se cierra sobre la boca de los recitadores, entre los que se hallan la poetisa manabita Siomara España o artistas, como el guayaquileño Fernando Falconí.[26]

En el año 2016, bajo la dirección del escritor Kevin Cuadrado, se grabó el disco Tarea poética: Fonografías de César Dávila Andrade,[16]​ donde se musicalizan seis poemas escogidos de los tres periodos creativos del poeta. En el disco intervinieron los artistas: Esteban Gómez (1994) que musicaliza el poema "Espacio me has vencido", en balada acústica hablada; Los hermanos Gutiérrez (1990-1991-1992-1995) musicalizaron el poema "Atemporal" en género mambo; Andrés Álvarez y José David Pérez seleccionaron el poema "Encuentros", para musicalizarlo en género indie folk; Ismael Rodríguez (1992) musicalizó el poema "Tiempo imperceptible" a modo de pasillo.; Jerson Morán Landazuri (1993) musicalizó el poema "La Nave" en género rap, y Alexis Ortega (1992) y Arthur Parra (1988), seleccionaron el poema "Batallas del silencio" para musicalizarlo en género funk.[24]

La presencia de César Dávila Andrade en la creación artística ecuatoriana contemporánea es heterogénea en disciplinas y lenguajes, pero manifiesta el poderoso influjo que su obra y su personalidad ejercen en los nacionales de una tierra en la que vino a un mundo que amó (léase «Invitación a la vida triunfante») y que surcó, con intolerable pasión, un hombre de una hondura y un fulgor extremados.[26]

Centenario

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En 2018 se celebró el nacimiento de uno de los mayores poetas que ha dado el Ecuador, César Dávila Andrade (1918-1967), su corta pero prolífica e intensa producción artística brilla con luz propia en el contexto hispanoamericano. A sus libros se suma una personalidad mística, magnética y adelantada a su época, que lo llevó a indagar y buscar constantemente en las religiones y filosofías orientales, en movimientos artísticos, en creencias y mitos ancestrales de orígenes antiquísimos y, en las cimas de las ciencias ocultas, para amasarlos, amalgamarlos y transferirlos a su particular mirada de la vida, el dolor y el silencio que se revelan en toda su obra. La obra y la figura de César Dávila Andrade merecen leerse más allá de fechas conmemorativas; por ello se reunió textos de distinto tono y de diversa hondura, que abordan y analizan las variadas características de la obra poética, narrativa y del epistolario de César Dávila Andrade. Se invitó a pensar, leer y escribir para el presente dossier a destacados escritores, poetas, investigadores, catedráticos y amantes de la obra de Dávila Andrade. En junio de se presentó el libro César Dávila: Distante presencia del olvido que contiene 3 ensayos y 25 poemas del Fakir, así como 13 dibujos de la artista plástica venezolana, Bettina Uzcátegui, uno de los amores de Dávila Andrade, además de fotografías de libros y cuatro poemas musicalizados en formato MP3, completando el universo Dáviliano, que en esta ocasión conmemorativa de los 100 años del nacimiento se ofreció de manera gratuita a lectores y futuros lectores de Dávila Andrade. En el libro se contó con los ensayo de los escritores: José Gregorio Vásquez (Venezuela), Jesús David Curbelo (Cuba), Mario Pera (Perú), José Eugenio Sánchez (México) y los ecuatorianos Jorge Dávila Vázquez, Kevin Cuadrado, Edwin Madrid, César Eduardo Carrión, Aleyda Quevedo Rojas, Maritza Cino Alvear, Myriam Merchán Barros, Gustavo Salazar Calle, César Chávez Aguilar.

Edición está a cargo de Mario Pera y Vallejo & Co. Y ha contado con la Coordinación editorial y curaduría del Proyecto «Coloquios Homenaje a César Dávila Andrade en su Centenario» de Aleyda Quevedo Rojas y la Corrección de textos y asistencia de producción de Kevin Cuadrado.[27]

La escritora María Augusta Vintimilla dijo:

"César Dávila Andrade ha sido durante décadas un poeta secreto, y no sólo en la tradición poética hispanoamericana, sino inclusive dentro de las fronteras de su propio país. En un artículo reciente, el poeta mexicano David Huerta dice de él que ha permanecido oculto hasta para las inmensas minorías de los lectores latinoamericanos: “él mismo y sus escrituras – escribe Huerta– se han extraviado real y totalmente en la víscera convulsa de una cacería”. Y en el Ecuador nos queda la sospecha de que ha sido un poeta admirado pero solitario. Inclusive cuando es objeto de celebraciones y homenajes, hay una vasta zona de su poesía que permanece inaudible, y son pocos los lectores dispuestos a perderse –y reencontrarse – en esa poesía fascinante, extraña y poderosa que, aún ahora, a cien años de su nacimiento, continúa existiendo calladamente en una línea de sombra del canon ecuatoriano, como si su poesía llevara una señal de extranjería que la hace inapropiable.[28]

Es verdad que la poesía de Dávila –extraviada, convulsa, combustible– porta una inquietante marca de ininteligibilidad que en sus momentos más extremos se juega peligrosamente en los límites de la no-significación: el poema quemado que se extravía en la cacería de un sentido imposible, un sentido que no puede ser dicho sino como convulsión y combustión del lenguaje y del poema mismo.[28]

Y también es cierto que unos cuantos poemas –escritos entre los años treinta y los cincuenta– han escapado al mutismo de los lectores y la crítica: “Oda al arquitecto” (1946), “Catedral Salvaje” (1951), “Boletín y elegía de las mitas” (1960), y unos pocos más pertenecientes a los poemarios Espacio, me has vencido” (1947) y Arco de instantes(1959). Pero a partir de Conexiones de tierra, y sobre todo desde ese libro desconcertante titulado En un lugar no identificado (1962), seguidos por La corteza embrujada (1965) y los poemas recogidos póstumamente en el libro Poesía del Gran Todo en polvo (1967), Dávila Andrade emprende un camino sin retorno, que la crítica ha bautizado de “hermético”; y aunque sus líneas maestras ya estaban insinuadas en sus poemarios anteriores como un acorde secundario, se vuelven luego dominantes, con una escritura tensada hasta el extremo, con un universo enrarecido poblado de imágenes donde los significados se entrecruzan y colisionan en los límites mismos del sentido y por momentos parece precipitarse en el abismo del silencio y de la nada.[28]

Quizá el impase entre Dávila y la crítica sea una concepción canónica del campo literario que lo imagina como un espacio homogéneo, sin grietas, sin disturbios ni tensiones internas. Una obra y un autor que, como Dávila, no caben en las rejillas diseñadas por la crítica, son expulsados hacia los márgenes y allí permanecen como una excrecencia indigerible.[28]

La escasa recepción de buena parte de su obra, muestra los escollos y asperezas que presentan los poemas davilianos, tanto para los lectores como para la crítica literaria, que no pocas veces han renunciado sin más a adentrarse en su lectura aduciendo su “rareza”, relegándolo al panteón celebratorio de los poetas ilustres pero muertos.[28]

Quienes impugnan el hermetismo daviliano coinciden en un punto: su oscuridad sería un resultado exterior, accidental, indeseado e indeseable, que deteriora el conjunto de su obra poética y la hacen inabordable.  Pero este carácter enigmático ¿proviene realmente de una simbología esotérica? ¿O es más bien un constitutivo esencial de sus búsquedas poéticas? Es cierto que las exploraciones de Dávila se desvían de la tradición central: no es occidente sino oriente; no es el racionalismo moderno con el avance arrollador de la ciencia y la técnica que aniquila toda otra forma de pensamiento, sino una apelación a otras formas de saber que provienen de la intuición, del deseo, de las revelaciones que subsisten en los repliegues del mundo profano; no es el vértigo de las ciudades tumultuosas sino los largos silencios y vacíos que reposan en el fondo de cualquier pregunta por la existencia; como si allí – en ese lugar no identificado– nosotros, los andinos, pudiéramos descubrir nuestra propia imagen, nuestra propia lengua.[28]

Pero aún más: esta extranjería ¿no es una condición propia de toda escritura poética? Baste recordar que Platón expulsó a los poetas de la República, y que hasta hoy exigimos a la poesía cumplir alguna otra función social para merecer carta de ciudadanía en el patrimonio nacional. Marcel Proust decía que “los libros hermosos están escritos en una especie de lengua extranjera”, y más contemporáneamente, el filósofo francés Gilles Deleuze anotaba que escribir es la invención de una lengua que provoca una sensación de extranjería dentro de la propia: “el poeta inventa dentro de la lengua una lengua nueva, – dice Deleuze– una lengua extranjera en cierta medida. Saca a la lengua de los caminos trillados, la hace delirar”."[28]

Así también, la revista cubana de la Casa de las Américas en su número 292, publicó el extenso ensayo de Vintimilla: "La piedra dentro de un durazno. César Dávila Andrade en un lugar no identificado".

A esa actividad productora de sentidos nos convoca la obra de Dávila: la experiencia poética solo existe y se realiza en la intimidad del poema y en la intimidad de su lectura.[29]

 
Obras completas de César Dávila Andrade (1984). La portada incluye un retrato del autor pintado por Oswaldo Guayasamín. El interior contiene ilustraciones de Eduardo Kingman.

La edición de las obras completas del autor fue acometida por el Banco Central del Ecuador y la Pontificia Universidad Católica del Ecuador en 1984, en una edición de dos tomos, bajo la dirección de Jorge Dávila Vázquez.

Poesía

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Cuentos[8]

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  • Abandonados en la tierra (1952)
  • 13 relatos (1955)
  • Cabeza de gallo (1966)[4]

Véase también

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Referencias

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  1. a b c d e Raviolo, Heber (selección y prólogo) (1983). Panorama del cuento ecuatoriano (antología). Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental. 
  2. a b c d Andrade, César Dávila; Vázquez, Jorge Dávila (1993). Trece relatos. Libresa. ISBN 9789978801987. Consultado el 12 de abril de 2018. 
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  5. a b c d e f g h i j k Vázquez, Jorge Dávila (1998). César Dávila Andrade: combate poético y suicidio : ensayo. Universidad de Cuenca. ISBN 9789978967126. Consultado el 12 de abril de 2018. 
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  7. a b c d e f g 1976-, Carrión, César Eduardo, ([2007]). La diminuta flecha envenenada : en torno a la poesía hermética de César Dávila Andrade. Pontificia Universidad Católica del Ecuador. ISBN 9789978771372. OCLC 233653704. 
  8. a b c d «Tesis: Cuentos Fantásticos de César Dávila Andrade |». fakirediciones.com. Consultado el 13 de abril de 2018. 
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  10. a b Guillermo, Cordero Carpio, (2007). El Cuento fantástico Ecuatoriano. Consultado el 12 de abril de 2018. 
  11. a b c Taboada Terán, Néstor (1976). Ecuador en el cuento. Antología.(introducción y notas). Buenos Aires: Editorial Convergencia. 
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  13. a b c d Jorge, Dávila Vázquez, (1997). César Dávila Andrade, combate poético y suicidio. Consultado el 12 de abril de 2018. 
  14. «En 2018 se celebra el centenario del Poeta César Dávila Andrade | EcuadorUniversitario.Com». ecuadoruniversitario.com. Consultado el 13 de abril de 2018. 
  15. a b c «'La literatura es un vicio del que no me puedo desprender'». El Universo. 15 de enero de 2011. Consultado el 13 de abril de 2018. 
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  26. a b c d e f g h i «Presencia de César Dávila Andrade en las artes y el audiovisual de Ecuador». juliocesarabadvidal. 3 de abril de 2017. Consultado el 13 de abril de 2018. 
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  28. a b c d e f g «“Distante presencia del olvido”. Nuevas lecturas por María Augusta Vintimilla». Vallejo & Co. 21 de agosto de 2018. Consultado el 10 de junio de 2019. 
  29. «Casa de las Américas-Revista Casa». www.casa.co.cu. Consultado el 10 de junio de 2019. 

Enlaces externos

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